En Semana Santa tuvimos unos días de excepcional clima de otoño. Despejado, sin viento y temperaturas agradables. Sumado a que estábamos en lo mejor del cambio de color de los árboles, había que aprovechar la oportunidad para un ascenso que tenía pendiente desde hacía tiempo.
En 2010 hice una panorámica del Tronador desde el cerro Flores de León, la cual terminó siendo una gigantografía que expuse ese mismo año. Tiempo después, con la foto en la pared de mi casa, noté que haber tomado las fotos en el mes de Enero provocaba dos cosas: la vegetación era demasiado uniforme y prácticamente no se notaba el dramatismo del relieve del Tronador. Imaginé que lograría algo mejor en otoño y esperé a la combinación correcta de vegetación colorida, buen clima y, de ser posible, alguna nevada temprana.
Esto ocurrió en 2020 pero la cuarentena estricta por la pandemia de COVID-19 nos mantuvo lejos de las montañas. Vi pasar uno de los otoños más fotogénicos en años sin poder salir de mi casa. El año siguiente, el otoño fue tormentoso y sin ninguna oportunidad.
Este año parecía que se iba a repetir el mal otoño considerando los meses de sequía previos, que hace que las hojas de los árboles pasen directamente de verde a marrón. Pero, afortunadamente para la vegetación, durante Febrero tuvimos varias tormentas de lluvias que aliviaron el estrés hídrico y así pudimos tener un otoño más tranquilo y estético. Y fue por esto que cuando tuvimos unos días perfectos, quise cumplir con la idea de la panorámica del Tronador en otoño.